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viernes, 25 de mayo de 2012

Psicomagia Día 12

Por último tocaba deshacerme de los restos de sandía y he de confesar que aquí no seguí las indicaciones al pie de la letra. Tenía una bolsa enorme con todos los trozos y ya comenzaba a pudrirse. Había que sacarla de la casa antes de que volviera mi compañero, porque no quería darle explicaciones por ello. Tal vez más adelante, cuando lo tuviera más asumido, seguramente le diría todo. Pero en ese momento, todo tenía que desaparecer ese día. Por lo tanto tomé una bolsa más pequeña y un par de trozos, que hice caber en dicha bolsa. El resto lo tiré en el contenedor de  basura, con todo respeto. Después compré una plantita verde y me fui al campo a enterrar los restos y las fotografías, que estaban bastante destrozadas. El camino de ida fue muy difícil, la carga era muy pesada y estaba muy tensa. Me daba mucha vergüenza enterrar algo en el campo así cómo así. Además había gente, poca, por la hora, pero había. Comenzaba a atardecer y no encontraba un buen sitio para enterrar los restos y la planta. Yo sentía que a gente me miraba, aunque seguramente no lo hacían y estaba súper estresada. Pero me decía a mí misma “es lo último”, “después de esto habrás acabado y todo irá bien”.
Por fin llegué a un sitio que me pareció adecuado. El entorno era hermoso, había un árbol por cuyas ramas se colaban los últimos rayos del sol y la hierba estaba crecida lo cual me protegería de los mirones.
Lo único malo es que al estar al lado del río, estaba plagado de mosquitos y lleno de ortigas. Mis manos se irritaron con las ortigas, pero las aparté y de verdad no fue grave. Por un instante me sentí muy estúpida haciendo este extraño ritual que me había tomado tanto tiempo, dinero y esfuerzo. Pero lo tenía que probarlo y me lo tomé en serio en la medida de lo posible. Hasta canté una canción. Luego otra vez me sentí un poco ridícula y miles de dudas me asaltaron ¿Pero y si funcionaba? ¿Y si daba resultados? ¿Y si no?
Hice un agujero en la tierra y enterré las fotografías, los restos de sandía y luego la planta que no sé si llegará a crecer rodeada de ortigas. Por un momento me sentí cómo esa plantita; en un mundo hermoso, pero rodeada de ortigas. Por ello me gustó aún más el sitio.
De regreso, todo fue más fácil, la mochila ya no pesaba y ya no sentía que nadie me miraba. Todo fue mucho más sencillo y hasta disfruté del paseo. Paré para a comprar algo dulce, para cumplir con la última consigna y llegué a casa cuando ya era de noche.
¿Si esto no da los resultados que quiero?, pensé, tal vez pueda probar otra cosa, realista o surrealista, estoy dispuesta a cualquier cosa, para lograr por fin expresarme y compartir mis dones con el universo.
Y sí, tal vez lo que quiero en última instancia es reconocimiento, lo reconozco. Y sí, sé que el desear el reconocimiento está mal visto por mi familia definitivamente y por la sociedad en la que me muevo también, o al menos yo lo percibo de esa manera. Siempre lo he sentido así y a una parte de mi le da vergüenza desear ese reconocimiento y otra parte lo anhelo más que nada en el mundo.  Supongo que es parte de ser humano el tener esas contradicciones. Y de alguna manera, sé que el tenerlo, no me dará la felicidad. Esa la tengo que buscar a pesar de no tener la “fama” a la que aspiro, en cierto plano. Pero aún así, es algo que me gustaría experimentar, aunque me de vergüenza reconocerlo. Y tal vez no debería intentar justificarme, es algo que no sé explicar de todas maneras, pero  lo siento y eso para mí es suficiente, para hacer todo lo que esté en mi mano para conseguirlo. ¿Porque al fin y al cabo, se puede ser artista sin reconocimiento? Yo creo que sí, pero siempre te falta una parte.



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