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jueves, 15 de marzo de 2012

De mi aspecto y el parecido con mi madre

Desde pequeña me gustaba mucho la mitología griega, pero no estaba segura de quien era mi favorita o a cuál de las diosas me parecía más. No que yo supiera nada de mis verdaderos padres en ese momento, pero cómo me fascinaban las historias, me buscaba a mi misma en esas grandes mujeres a quienes admiraba.
Me encanta la pintura de Rubens y Botticelli. Aún me hipnotizan actualmente. Me  parece increíble que cuenten historias a través de sus  perfectos trazos sobre el lienzo. De pequeña me quedaba encantada al verlas. También me perdía en las estatuas. En mi imaginación cobraban vida.   Podía contemplarlas durante muchas horas. Estaba Hera la diosa madre, tan bella y maternal, de sonrisa amorosa. La grandiosa Atenea fuerte, segura y poderosa, después, la bellísima Afrodita con sus poderes para enamorar. A todas ellas les tenía una profunda admiración pero no me veía reflejada en ninguna de ellas. Ni siquiera en Artemisia que se veía atlética y deportista. Yo más bien soy una chica delgada, pálida y ojerosa. Mis ojos son del color del mar, eso es herencia de mi padre y mi cabello es del color del otoño. No me sentía cómo una madre abnegada, ni cómo una agresiva mujer de negocios, tampoco me veía cómo una seductora o  una atleta.
Hasta que escuché la historia de Perséfone, no me sentí identificada con ninguna de las diosas Olímpicas. Ahora que la conozco mejor he de reconocer que sí, me parezco a ella.

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